El mundo entero tiene los ojos puestos en la conferencia de los Big Three [‘Tres Grandes’: EE.UU., Reino Unido y Unión Soviética] en Moscú. Las provocaciones comunistas en Persia, en China, en los Balcanes son insoportables. No es absurdo ver el dedo comunista en las terribles huelgas que sacuden todo el sistema industrial estadounidense. Tampoco es una locura atribuir parte de la resistencia javanesa a los consejos, al dinero, a las cavilaciones de Moscú. En otras palabras, el mundo no está en paz, y por donde sea que aparecen conflictos o problemas, se oye la voz o, al menos, se siente el hálito pestilente de Moscú.
Cuando, en el umbral de la conflagración mundial, Chamberlain procuraba contemporizar con Hitler, juzgamos que era una locura y, peor aún, una traición a la civilización occidental y cristiana. Siempre hemos sustentado la entera afinidad entre el nazismo y el comunismo. Hoy nuestra palabra es la misma que ayer. Es una locura contemporizar. Es preciso amenazar, amenazar con vigor, orquestar esta amenaza con un enérgico tronar de artillería en China y Persia. Es preciso colocar en la balanza de las negociaciones el peso sin medida de la bomba atómica, y hablar en un tono tan firme que los soviéticos no tengan la menor duda de que la primera bomba será directamente contra Moscú. Este es el camino de la paz.
Ceder, retroceder, entregar posiciones es, por el contrario, caminar hacia la guerra. La verdadera causa de la última guerra fue, en nuestra opinión, el deshonroso Tratado de Munich. Si en aquella ocasión no se hubiese cedido, la guerra se habría postergado, o si acaso, habría sido menos sangrienta y menos larga, porque habría sido librada contra un adversario menos fuerte.
Lo que puede decirse de un Munich marrón, debe decirse de un Munich rojo. Somos pacifistas y, precisamente por ello, partidarios de una política ‘atómicamente’ enérgica en Moscú.
Plinio Corrêa de Oliveira
Legionário, nº 697, 16/12/1945
Sección 7 Dias em Revista