La TFP uruguaya recibió con gran alegría la noticia que la Santa Sede declarará beato a nuestro queridísimo, y venerado Monseñor Jacinto Vera, primer obispo del Uruguay. Según consigna la Conferencia Episcopal Uruguaya dicha beatificación se llevará a cabo el 6 de mayo del presente año y asistirá a la ceremonia -a realizarse en Montevideo- en representación del Papa el Cardenal Paulo César da Costa, arzobispo de Brasilia. El 17 de diciembre de 2022, el Vaticano había reconocido el milagro operado por Monseñor Jacinto Vera, con lo cual se reunían las condiciones para que sea elevado a la honra de los altares.
Estamos seguros que esta beatificación será un acontecimiento memorable en la historia de la Iglesia de nuestro país.
Por todo lo anterior no queríamos dejar de compartir con nuestros lectores los imperdibles comentarios que el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira hiciera décadas atrás, al tomar conocimiento de la existencia de Monseñor Jacinto Vera:
En los ’80 un joven y entusiasta cooperador de la TFP uruguaya, viajó a São Paulo para visitar al Dr. Plinio Corrêa de Oliveira, y le llevó de regalo un poster de Monseñor Jacinto Vera, sabiendo que el Dr. Plinio era un gran analista y admirador de la historia eclesiástica de los diversos países. Obviamente que, el joven, además de hacerle el regalo quería conocer los comentarios y los análisis que el Dr. Plinio eventualmente haría del primer obispo del Uruguay.
Pues bien, el joven no se equivocó en su cálculo y el Dr. Plinio, al ver por primera vez la fotografía de Monseñor Jacinto Vera exclamó: “¡Una especie de acorazado: donde tiene que ir va, si encuentra un iceberg en el camino lo embiste, lo raja y continúa el camino! Hombre inteligente, muy equilibrado, hombre de principios y que sabe donde mete la nariz, dispuesto a cualquier cosa y ciertamente debe haber tenido y, quizá hoy día, tenga aún aquellos que no simpatizan con su personalidad tan categóricamente católica y misionera.
Por mi parte me sentiría muy bien si tuviera que tratar con él. También me siento naturalmente movido a rezarle y pedirle favores y gracias. Además, me encargaré de recomendar junto a mis cercanos que se difundan estampitas con su fotografía y se haga conocida su historia. Igualmente para aquellos que se sientan inspirados, tengan un cuadro suyo en un lugar de destaque en sus hogares, etc.”
Siguiendo los comentarios y sugerencias del Dr. Plinio, los cooperadores de la TFP uruguaya colocaron con mayor empeño aún, en lugares de honra cuadros de Monseñor Jacinto Vera en sus sedes sociales, como también difundieron estampitas con su fotografía para hacerlo conocer junto al gran público de nuestro país. Además le dieron destaque en sus publicaciones oficiales, de alcance e influencia nacional. Sin hablar que, redoblaron sus oraciones y súplicas al Venerable Jacinto Vera.
Don Jacinto Vera nació el 3 de julio de 1813 en un barco, en el Océano Atlántico, frente a las costas de Brasil, cuando su familia se dirigía a Uruguay desde las Islas Canarias. De joven trabajó en el campo con los suyos, en Maldonado y en Toledo. Descubrió su vocación a los 19 años. Incorporado al ejército fue licenciado por el Gral. Oribe para que pudiera continuar sus estudios sacerdotales. A falta de formación en Uruguay, se trasladó a Buenos Aires para estudiar. Celebró allí su primera misa, el 6 de junio de 1841.
Teniente cura y luego párroco de la Villa de Guadalupe de Canelones durante 17 años. Fue nombrado vicario apostólico del Uruguay el 4 de octubre de 1859; consagrado obispo en la Iglesia Matriz de Montevideo el 16 de julio de 1865. Participó del Concilio Vaticano I en 1870. Primer obispo de Montevideo desde el 13 de julio de 1878.
Murió durante una misión que realizaba en Pan de Azúcar, el 6 de mayo de 1881.
Durante los 22 años que ejerció primero como vicario apostólico y después como obispo, transformó la vida católica en el Uruguay, y contribuyó como pocos al bienestar de la Nación. Su vida se caracterizó por un indómito espíritu misionero.
El milagro reconocido por el papa Francisco es la curación rápida, duradera y completa de una niña de 14 años ocurrida el 8 de octubre de 1936. La niña se llamaba María del Carmen Artagaveytia Usher, hija del Dr. Mario Artagaveytia, reconocido médico cirujano, y de Renée Usher. Después de una operación de apendicitis sufrió una infección que se fue agravando hasta llegar a una situación desesperada. Los mejores médicos de la época la atendieron, recordemos que no existía aún la penicilina. La niña sufría fuertes dolores.
Un tío, Rafael Algorta Camusso, le lleva una estampa con una reliquia del siervo de Dios Jacinto Vera y le pide a la niña que se la aplique a la herida y que tanto ella como su familia recen con toda confianza por la intercesión del siervo de Dios. Esa misma noche cesan los dolores, se acaba la fiebre y a la mañana siguiente la niña se sentía completamente bien. La curación fue rápida y completa, científicamente inexplicable, comprobada por su padre y por el médico que la atendía el Dr. García Lagos. María del Carmen Artagaveytia vivió hasta los 89 años, falleciendo en 2010.
En 2017 se retomó el estudio de este caso, que había sido presentado al poco tiempo de la curación. Se realizó un exhaustivo informe médico, que luego fue analizado por una junta médica en el Vaticano. Ante el tribunal formado para estudiar el presunto milagro, sus hijos declararon que conocían el hecho desde siempre, por el testimonio de su madre. Aportaron diversos elementos y recuerdos, entre otros, que su madre tuvo toda la vida en su mesita de luz la estampa con la reliquia de Mons. Jacinto Vera que había colocado en su herida.
La Iglesia para iniciar el proceso de canonización de un venerable, cuyo primer paso es la beatificación, pide como requisito que el candidato o candidata a llegar a los altares, debe haber hecho al menos un milagro comprobado. Una vez reconocido ese primer milagro, se procede a la beatificación.
Ahora bien, ¿Quién es un beato o bienaventurado? El término beato significa feliz (del latín beatus) o bienaventurado. La Iglesia nos enseña que los beatos ya gozan en el cielo de la presencia de Dios e interceden por nosotros peregrinos aún en este mundo. La beatificación es el último paso previo a la canonización, es decir a ser declarado santo.
El beato llega al “honor de los altares”, sus imágenes pueden ser veneradas en las Iglesias, se celebra su memoria litúrgica, es decir, que habrá un día en el año en que será su fiesta (en general el día de su muerte, llamado dies natalis) donde en la misa y otras celebraciones del día se lo recordará especialmente, como se hace con los santos.