La inmovilidad móvil del caos

Si hay un denominador común en la vida pública y privada de tantas naciones hoy en día, se puede decir que es el caos. Las perspectivas caóticas parecen repetirse y, cada vez más, caminamos por las vías del caos, y nadie sabe realmente hasta dónde.

Las enigmáticas fuerzas del caos producen explosiones, erupciones que dan la impresión de que el mundo está a punto de resquebrajarse. Los optimistas, los idiotas –olvidemos el pleonasmo– están menos asustados, creyendo que todo “volverá como antes en el cuartel de Abrantes”. Quienes se consideran clarividentes se alarman, pensando que pronto el mundo “se pondrá patas para arriba”. Pero también se equivocan, porque “plus ça change, plus c’est la même chose” – cuanto más cambia, más permanece igual…

En efecto, el proceso caótico que todos presenciamos y sufrimos, por así decirlo, se mueve en la inmovilidad. De aquí y de allá se van manifestando desacuerdos, situaciones tan tensas y críticas, que se diría que en cualquier momento estallaría una guerra mundial en algún lugar. Sin embargo, en este torbellino de caos, las situaciones acaban quedando inmóviles.

Ahora bien, precisamente esta inmovilidad fija de la movilidad continua, de situaciones que ni mejoran ni empeoran, constituye el drama en el que, cada vez más, están inmersos un número creciente de países.

Es una especie de SIDA psicosocial que se está extendiendo por el mundo: esta enfermedad no mata, sino que debilita todo lo que puede ser sano y orgánico dentro de las naciones.

Acobardado ante la multiplicación de las catástrofes y de las ruinas morales y materiales, el hombre de hoy se doblega, lamentándose: «la ruptura es la regla de vida y todos deben someterse a ella. Todo se rompe y nada tiene sentido. ¡Las cosas ya no significan nada!»

Desde el fondo de todo este panorama parece proyectarse el siguiente mensaje: “¡Acostúmbrate y comprende que ya nada tiene razón de ser! ¡La razón humana está extinta y nada volverá a suceder razonablemente, nunca más! Pero esto no será dicho explícitamente: el funcionamiento de los acontecimientos mundiales será cada vez más absurdo e irrazonable. ¡Y todos tendrán que hacerse la idea de que lo absurdo ha tomado el control del mundo!”

Éste parece ser el actual mensaje de los hechos: «¡Razón humana, retírate! ¡Pensamiento humano, calla! Hombre, no reflexiones más y, como un animal, déjate llevar por los acontecimientos»…

Y, desde lo más recóndito de este abismo, el católico tiene la posibilidad de  discernir los destellos engañosos, el canto a la vez siniestro y atrayente, emoliente y delirante, de ese ser abyecto que es, por así decirlo, la personificación de la ilogicidad, del absurdo, de la bizarra y odiosa rebelión contra el Omnipotente omnisciente: el demonio. Padre del mal, del error y de la mentira, gime y grita desesperado, lanzando su eterno y nefasto grito de rebelión: “Non serviam” – ¡No serviré!

Éstas son las perspectivas sobre las cuales los teólogos pueden y deben discutir. Los verdaderos teólogos, por supuesto, es decir, los pocos que todavía creen en la existencia del demonio y del infierno.

por el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira

Fuente: Servicio de Prensa de la TFP, 12 de abril de 1993